Gonzalo Arias: “La polarización vuelve a ser la apuesta tanto de Macri como de Cristina”
A un año de las elecciones generales de 2019, y sin la oferta electoral definida, ¿qué pueden decirnos hoy las encuestas? Expectativas, proyecciones y danza de nombres que configuran un escenario en los que múltiples reflejos de 2015 se hibridan con nuevos interrogantes.
Para conocer algunas respuestas y pensar nuevas preguntas Comunicación Pública entrevistó a los consultores más relevantes de la Argentina quienes reflexionan sobre los resultados de sus últimos estudios y encuestas.
En esta tercera entrega dialogamos con el Licenciado Gonzalo Arias, sociólogo experto en comunicación, opinión pública y gestión pública, y autor, entre otras obras, del libro ganador de un Napolitan Victory Award “Gustar, ganar y gobernar. Cómo triunfar en el arte de convencer” (AGUILAR, 2017).
A un año de las elecciones y sin la oferta de candidatos definida, ¿qué considerás que puede realmente medirse hoy en términos electorales?
Desde ya, analizar un potencial escenario electoral con tanto tiempo de anticipación a la fecha de los comicios es un ejercicio que demanda cautela.
Si bien en función de los posicionamientos actuales y a través de estudios de opinión pública metodológicamente rigurosos es posible aventurar juicios y pronósticos probabilísticos, aún falta mucho camino por recorrer. En particular, hay factores y contingencias no previstas que podrían ocurrir conforme avanza la campaña y alterar el curso de los acontecimientos que hoy puedan pronosticar las encuestas.
Creo, en este sentido, que en términos de percepción de la opinión pública es muy útil distinguir el análisis de la “foto” del de la “película”.
La “foto” de hoy nos indica que el gobierno, indudablemente, no está en su mejor momento, básicamente -aunque no exclusivamente- por una situación crítica en materia económica que llevó incluso a que parte del electorado de Cambiemos perdiera la “esperanza”, uno de las apelaciones emotivas movilizadoras del voto oficialista. El elector percibe que su situación económica no es buena –en muchos casos, empeoró y, aún más grave, que va a estar peor: para 7 de cada 10 argentinos la situación económica es negativa y para 5 de cada 10 las expectativas en términos económicos serán igualmente negativas. Este último punto es fundamental para caracterizar el clima emocional que tiñe el escenario electoral actual y las expectativas que los argentinos depositan en el futuro. Hasta 2017 Cambiemos podía sostener que, si bien el presente era “difícil”, los argentinos tenían esperanzas de que el futuro a corto o mediano plazo iba a ser mejor. Hoy, ya no.
La “película”, es decir un análisis más macro de la opinión pública desde 2015 a la fecha, muestra que los candidatos que en su momento eran ganadores hoy no lo son tanto, y quienes eran perdedores hoy se reposicionan en las encuestas. Todo esto nos remarca el carácter contingente de la política y la necesidad de analizarla científicamente con datos y estudios, pero sobre todo con moderación en lo que respecta a conclusiones tan tajantes.
Bajo esas condiciones ¿Qué escenario entendés que se está configurando y cuáles son las principales variables que pueden modificarlo?
La polarización vuelve a ser la apuesta tanto de Macri como de Cristina. Aunque con una novedad: algunos integrantes del denominado “círculo rojo” ya comienzan por lo bajo a cuestionar el excesivo énfasis en la estrategia de la polarización en detrimento de una campaña que pudiese estar basada en la gestión, y aspiran a que la campaña comience cuando la macroeconomía arroje un dato esperanzador. No debe perderse de vista que esta emoción –la esperanza- es la variable que acompañó a Macri desde 2015 hasta mediados de 2018, y que se perdió en los últimos sondeos de opinión pública.
Sin perder de vista que la imagen negativa sigue siendo alta (en torno al 55%), algunos estrategas de Cambiemos entienden que si la esperanza vuelve a ser un elemento presente en el escenario electoral, la campaña puede tener otro color, muy distinto del ambiente de temor y negatividad que agitaría la estrategia polarizadora.
Del otro lado de la “grieta”, Cristina buscará seguir generando altas expectativas sobre su candidatura hasta último momento. Si algo ha caracterizado las candidaturas de los Kirchner a lo largo de estos casi 40 años de carrera política, es la de explicitar sus fórmulas electorales solo a pocas horas del vencimiento del plazo legal para inscribir candidaturas y cerrar listas. Esta táctica aspira a que la expectativa y la repercusión mediática sean lo suficientemente estruendosas para que la campaña comience con un impulso interesante.
En las huestes de Unidad Ciudadana, la economía será sin dudas uno de los temas dominantes de la campaña, sobre todo si la situación que el electorado percibe desde abril, se mantiene. Cristina crece en las encuestas cuando pasan dos cosas: la primera es cuando la percepción sobre la economía empeora; la segunda es cuando ella no habla. El silencio fue desde comienzo de este año lo que le permitió a la ex mandataria no incrementar su imagen negativa y hasta -de la mano de los “errores no forzados” del gobierno- incluso aumentar su positiva.
Ahora bien, no hay que olvidar que si bien estos dos candidatos contienen a aproximadamente un 60% del electorado, hay todavía un 30% que va a ser en gran medida el que defina el futuro electoral del país. En todas las encuestas hay un dato casi imperceptible pero que podría ser clave: cuando se les propone a los electores la posibilidad de votar por una tercera opción -que no fuese ni Macri ni Cristina- el entusiasmo por ello es alto.
Ahí hay un “oasis electoral” -en medio del desierto que simboliza la grieta para los demás contendientes- y que puede beneficiar a, por ejemplo, candidatos como Sergio Massa. Lo que el elector no hizo aun es identificar ese “tercer candidato”, ni con la figura de Massa ni con otro referente de ese amplio espectro del peronismo no kirchneristas. Esa, considero, tiene que ser la gran apuesta de quién represente una alternativa para quienes no están satisfechos con la gestión de Macri, pero que tampoco tienen a Cristina como su principal opción. El desafío para un candidato como el tigrense pasa por construir una identidad y posicionamiento propios, no tanto una imagen asentada en “lo que no es” sino, en términos propositivos, como “lo que sí es”.
En un contexto marcado por la apatía y el desinterés, ¿Qué temas creés que serán los ejes del debate electoral?
Creo que hay dos grandes dimensiones que van a ser difíciles de eludir en la campaña, aunque alguna podrá tener en función de la coyuntura en que se desarrolle la contienda algún peso relativamente mayor que la otra.
Respecto a la dimensión económica, los candidatos van a tener que poder decirle a la gente cómo se solucionan los problemas de la economía, ya no con diagnósticos, sino con soluciones concretas. Y ya no sólo propuestas basadas en los problemas de la macroeconomía y las grandes cuentas nacionales, sino fundamentalmente en la economía real, que es lo que percibe el elector diariamente en su bolsillo.
Y en lo que respecta la dimensión política, creo que la corrupción es un tema que sigue interpelando a la sociedad. Lo vemos en toda Latinoamérica y en particular, recientemente, en las elecciones de Brasil. Los electores están castigando a quienes ellos identifican como responsables de la corrupción.
¿Ves la posibilidad de que se genere un escenario similar al de Brasil?
Si bien geográficamente estamos cerca, y nos unen vínculos comerciales muy estrechos, los debates que se dan en Brasil no son los mismos que tienen lugar hoy en Argentina.
Muchos analistas se preguntan por la posibilidad de que surja un Bolsonaro argentino. En términos analíticos esto implicaría la posibilidad de la emergencia de un referente percibido como “outsider”, es decir, figuras ajenas –y hasta contrarias- a la clase política, que se lanzan a la competencia electoral acusándola de ser responsable fundamental de la debacle, de las promesas incumplidas y la constante frustración de las expectativas. Y digo “percibido” de manera intencional, porque ciertamente Bolsonaro no lo era -se trata de un dirigente con una larga trayectoria política- pero para el electorado era la opción más diferente al PT entre los candidatos y quien discursivamente más condenó la corrupción de la gestión anterior.
Sin dudas, hay en la región un clima propicio para el surgimiento de estos candidatos con discursos “anti-sistema”, y esto es algo que debe preocuparnos y que no podemos perder de vista. Latinobarómetro publicó hace 15 días un estudio sobre confianza en las instituciones democráticas realizado en toda la región. Para 7 de cada 10 latinoamericanos los resultados de la democracia son insatisfactorios, y Argentina no escapa a estas tendencias.
Si bien entiendo que hoy no parecerían estar dadas las condiciones de posibilidad para el surgimiento de un liderazgo de este tipo en nuestro país – al menos en la elección presidencial-, la combinación entre exacerbación de la grieta y percepción de la acumulación de frustraciones y promesas incumplidas de ambos lados de la polarización, conlleva un innegable riesgo.
Finalmente, más allá del desafío electoral, ¿qué temas deberá asumir el próximo gobierno y el sistema político para no seguir profundizado la brecha respecto a la ciudadanía?
Estudios como el de Latinobarómetro son contundentes. Los nuevos gobiernos, tanto en Argentina como en el resto de la región, deberían esforzarse por mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.
No basta con gustar y ganar, es decir resultar electos presidentes, gobernadores o intendentes. Ganar y gustar son así solo es el preludio para una sino la más compleja etapa de la democracia: gobernar.
El gran desafío es que, con cada elección, a través del libre ejercicio de la soberanía popular, podamos tener cada vez mejores gobiernos.