Ernesto Calvo: “Los elementos de posverdad aparecen en las áreas donde hay lucha política muy intensa”
Desde hace más de 5 años, aunque especialmente a partir de diferentes acontecimientos ocurridos durante la campaña electoral para las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de 2016, las fake news, se han convertido en un tópico reiterado de cada campaña electoral alrededor del mundo, y un tema de preocupación por su capacidad de amenazar el debate democrático.
Para comprender el fenómeno, su conceptualización, magnitud y novedad, sus relaciones con los trolls, las viejas noticias falsas, y la posverdad, así como las perspectivas en torno a su influencia en la campaña electoral para las elecciones que este año se celebrarán en nuestro país, Comunicación Públicaentrevistó a los principales académicos expertos en estos temas.
En esta primera entrega dialogamos con Ernesto Calvo, doctor en Ciencia Política, y profesor en el Departamento de Gobierno y Política de la Universidad de Maryland, referente en el estudio de los vínculos entre redes sociales y política, y autor, entre otras obras, de Anatomía política de Twitter en Argentina (Capital Intelectual, 2015).
De alguna manera, en pocos años hemos transitado un camino que, partiendo de la fe irrestricta en la democracia virtual y las redes sociales, nos ha conducido a las denuncias de manipulación de las campañas electorales en base a la fake news, ¿cuál es tu visión sobre este fenómeno y hasta donde implica una novedad?
Cada vez que ha habido eventos de muchísima polarización hemos tenido fake news, aunque nombradas de otros modos. En Estados Unidos, por ejemplo, durante todo el período de la guerra civil, si uno lee los diarios de la época sentirá como si estuviera hoy leyendo Twitter, con los diarios del Sur y los del Norte dando cuenta de visiones del mundo absolutamente distintas.
Claro que entre ese momento y la actualidad se dan algunos elementos diferentes, como el control noticioso que tenían los grandes medios de la época, que eran de una escala muy diferente a los actuales; y la capacidad de propagar fake news que tienen los usuarios, que en aquella época no existía, mientras que hoy tenemos una descentralización masiva de la distribución de estas noticias.
En ese sentido, aunque bajo otros nombres, las fake news no son una novedad, pero los cambios en los mecanismos de distribución implican una penetración, y una descentralización de su producción notable.
Por otra parte, también es importante distinguir las fake news de las noticias falsas, a partir de la carga política que tienen las fake news, que en verdad están constituidas como una denuncia de una noticia falsa, y no solo como una noticia falsa.
De hecho, el promotor más acabado del término es Donald Trump, a su vez, uno de los creadores más importantes de noticias falsas en Estados Unidos. Así que noticias falsas y fake news son dos conceptos distintos.
¿Y cómo se relaciona este “nuevo concepto” con otro tópico contemporáneo como la posverdad?
Diez años atrás el consenso era: hay opiniones distintas, pero también hay hechos que se comparten, y lo que se ha ido dando es la degradación de esos hechos que se comparten. Entonces, no solo hay principios ideológicos, políticos, éticos en los cuales hay separaciones, sino que también se ha comenzado a aceptar que el otro puede tener un universo-mundo donde los enunciados de verdad no tienen que porque ser necesariamente compartidos. Eso es lo novedoso de las fake news.
Con Natalia Aruguete y Tiago Ventura hace tiempo venimos trabajando para comprender en qué medida la reputación de un medio puede ser separada de la afinidad ideológica, porque en las redes sociales tenemos medios con los que no solo tenemos mayor o menor afinidad ideológica, sino que también tienen mayor o menor reputación: el New York Times puede estar más o menos a la izquierda, pero también tiene mayor reputación que el Washington Post, que a su vez tiene más reputación que otro.
Entonces, uno en general elige medios, y comunica información, no solo porque es congruente con lo que uno piensa, sino porque también concede que hay hechos que están siendo reportados, que tienen valor reputacional, y son válidos.
Ahora bien, lo que ha sucedido con esto de la fake news y la posverdad es que el debate ya no es sobre el posicionamiento ideológico, sino también sobre los hechos descriptos, hay un relativismo sobre los hechos que es, en algún sentido, novedoso.
¿Y cuál ha sido el rol de la política en este fenómeno?
La política ha sido el mayor promotor del fenómeno, nosotros analizamos mucha data de las redes sociales, no solo de la política, sino que también como placebo analizamos datos que tienen que ver con otras cosas, como la entrega de los Martín Fierro, o incluso elementos más de borde como el Ara San Juan, o Ni una menos, cuestiones que tocan la política diagonalmente, o directamente no están relacionadas con ella. Lo que encontramos es que en esas áreas no aparece esta posverdad, y que los elementos de posverdad aparecen en las áreas donde hay lucha política muy intensa, donde hay polarización.
Nadie disputa si Clarín o La Nación mienten cuando están hablando de Boca o de River, no hay disputa en torno a si Página12 es un pasquín, si estamos hablando de arte o de libros. Es en la política donde hay una disputa profunda sobre el valor de los hechos como parte de los argumentos.
En esa línea las redes tienen mucha importancia a la hora de plantear cuáles temas nos parecen importantes, que es la vieja discusión de conformación de agenda, y también tienen mucha capacidad de activarnos para que participemos más políticamente, para que distribuyamos más información.
¿Intensidad antes que convencimiento?
Exacto, Las redes son como un esteroide, intensifican la identificación, la activación política, aún si uno no cambia de idea.
Uno puede pensar entonces las redes sociales, y todos estos fenómenos de los que hablamos, como algo que aumenta la inversión en la campaña. Uno piensa una campaña política y sabe que se invierte en militancia, en carteles, en publicidad, y también en redes. Una inversión no tanto en convencimiento sino en intensidad, pero que en elecciones que se disputan por bajos márgenes puede ser definitoria.
¿Y cuáles son las perspectivas de esta inversión en intensidad de cara a las próximas elecciones nacionales?
El año no está empezando del mejor modo posible, hay una gran cantidad de cuentas nuevas que se están empezando a vincular con la política, y que creo son un cultivo, y una inversión para la campaña. En ese sentido, entiendo que las redes van a estar muy intensas, después de un 2018 bastante tranquilo, donde si bien hubo agresiones a periodistas, y trolleo, el nivel de actividad había bajado bastante respecto de 2017.
¿Finalmente, por dónde crees pasa hoy la regulación de este fenómeno?
Hoy no hay opción más directa que la intervención de las compañías estableciendo guías para dar de baja cuentas que operan colectivamente, algo que no es tan difícil de identificar, ya que la diferencia entre un usuario que expresa una idea de manera agresiva, violentando a otra persona, y un cardumen o una manada de trolls es que se puede visualizar perfectamente el grado de coordinación que tienen.
Nosotros como usuarios podemos verlos, pero no podemos intervenir de manera rápida y eficaz, y tampoco veo mucha posibilidad en la implementación de mecanismos similares a los viejos sistemas para regular la inversión o el gasto de campaña, porque esto requiere velocidad y una visibilidad que solo se obtiene desde la propia plataforma, y no desde las instituciones del estado.
Entonces se necesita coordinación entre entes reguladores, ONGS y las empresas propietarias de las plataformas para establecer mecanismos que permitan filtrar los ataques coordinados por parte de trolls, siempre diferenciándolos de aquellos usuarios que tengan opiniones muy fuertes, o sean agresivos al dar sus opiniones, porque eso forma parte de su libertad de expresión, y no es un hecho político coordinado impulsado por una agencia.